Siempre se ha dicho, pero todos caemos en lo mismo, que no hay que juzgar a nadie por la primera impresión.
Hombre bajito, y cuando digo bajito quiero decir bajito de verdad.
Sentado en la esquina de la barra del bar donde estoy desayunando haciendo tiempo para que abra la farmacia de la esquina pues un infame dolor de cabeza amenaza muy en serio a tenerme en jaque toda la mañana.
Pero…. ¡volvamos al hombre bajito!
Estoy ya en mi coche (siguiendo con la espera) cuando nuestro hombre sale a la calle, y saca de la chaqueta un radioteléfono (nótese que uso la palabra española a propósito) con más años que yo y mientras lo sostiene en alto con una mano, con la otra se lleva un cigarrillo a la boca.
1ª impresión: ¡Este tío no está muy bueno de lo que viene siendo la cabeza! ¡Qué está como una cabra vamos! ¡Ahora empezará a hablar solo y a dar vueltas por la plaza!
ERROR
Tira la colilla, y entra en el portal que hay entre el bar y la farmacia.
2ª impresión: ¡Ostias! Posiblemente tenga a alguien enfermo o incapacitado arriba y para poder bajar a tomarse un café tranquilo usa el chisme por si lo tienen que avisar.
Con un solo acto (entrar en vez de dar vueltas), nuestro tipo ha pasado de ser un “zumbao” a ser una persona de lo más responsable. Acentuado esto último por el hecho de que a los 10 minutos vuelve a salir (con su “amiguito”) y se va a abrir la farmacia.
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